
El grito de la niña era como el gemido agónico
de la cigarra.
La voz del alma estaba muda, muda a ratos de
eternidad; tan callada, tan confusa.
El cielo lloraba mariposas de alas negras
y un velo se tendió sobre mi jardín de risas
mientras la sangre de las buganvilias
corría a cántaros
por las mejillas de la luna.
María Ayala © (todos los derechos reservados)
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